El fundador de la escuela Niños Pintores de Arousa sueña con bañarse en el mar Caribe
Vilagarcía de Arousa, 19 de febrero de 2010
Roberto Martínez Estanga (Caracas, Venezuela, 4 de enero de 1944) abre la puerta de su piso con el ímpetu del que parece no recibir visitas desde hace tiempo. Salvo la de esas pocas personas que continúan confiándole su interés y amor por la pintura. Así lo confirman los siete caballetes situados en una de las salas principales de la modesta vivienda. En sus paredes, Estanga exhibe con orgullo los diplomas que recibió a lo largo de su trayectoria como artista. Un artista del mundo. De caminar pausado y escurridiza mirada por encima de las gafas, el pintor nos invita a sentarnos delante de una pequeña mesa situada en un extremo de la cocina. Una mesa que, cada día, recibe la visita de un único comensal. Sobre ella, Estanga coloca dos enormes álbumes de fotos corroídos por el paso del tiempo. “Hace tiempo que no miro yo esto”, asegura con el cigarro entre los labios antes de sumergirse en el ayer.
Pregunta.- ¿Cuáles fueron sus primeros pasos en el mundo de la pintura?
Respuesta.- De pequeñito yo decía que iba a ser bailarín de música folclórica, estaba metido en esa farándula de bailadores pero también se me daba el dibujo. Un día fui a una obra de teatro y no estaba el maquillador y me atreví [a maquillar al elenco]. Me lucí con un tremendo maquillaje que fue un boom. Luego, con los colores, pinté unos loros que fueron a parar a manos del maestro Pedro Centeno Vallenilla. Fue él quien insistió en que pintase.
P.- Y la pintura cambió su vida…
R.- Yo antes me maquillaba, me peinaba, iba de traje, estaba a la moda. Pero cuando empecé a pintar… pues me descuidé. Mi vida cambió y me entregué de lleno a la pintura a la edad de 20 años.
P.- ¿Por qué se marchó de Venezuela?
R.- Un día se montó una exposición y vi mis obras con precios: yo las vendía por 300 euros y el galerista las vendía por bastante más. Y a mí eso me cayó mal. Entonces agarré mi maleta, telas, materiales… y me monté en un barco. El Begoña. El último viaje de ese barco. Me vine para Vigo y de ahí para Madrid.
P.- Después de haber estado trabajando en países como Alemania o Inglaterra, ¿qué le hizo venir para Galicia?
R.- Unos amigos de Sarria (Lugo) me invitaron. Me enseñaron Galicia en una avioneta. No había un pedacito de tierra que no estuviera medida. Me gustaba el verde y la comida; aquí la carne vuelta y vuelta y ya está blandita. Entonces viví Galicia, fue lo primero que viví… y aquí estoy.
P.- Sin embargo, en Galicia también vivió algunos de sus peores momentos…
R.- Yo creía que en mi país y en México había brujas, nada más. En España también hay bastantes y yo me casé con una que conocí en A Coruña. Entonces me separé, me vine para acá [Vilagarcía] y empecé a dar clases de dibujo, pintura y educación física en un colegio privado, el Valle Inclán. Luego monté una escuela de pintura en el Casino de Vilagarcía. Me entregué a ella. Un día le dije a un periodista: “Estos niños van a ser como los Niños Cantores de Viena, los voy a hacer famosos”.
P.- De ahí el propio nombre de la escuela: los Niños Pintores de Arousa…
R.- Con el problema que había tenido yo con la bruja, mi válvula de escape fueron los niños. Me entregué con tal pasión a mi escuela, que el cariño que no podía dar a la bruja y a mis hijos pues se lo daba a mis niños. Fue un éxito. Fuimos a Portugal, recorrimos Galicia, hicimos el camino Xacobeo, pintamos en la plaza del Obradoiro... Y así más de 30 exposiciones se organizaron en la comarca. Lo que pasa es que de aquí a un tiempo me apagué porque me decepcionó el sistema burocrático de los Ayuntamientos.
P.- ¿No recibió la ayuda que necesitaba?
R.- Los alcaldes sólo estaban para la foto cuando había una exposición. Yo fui merecedor de una subvención porque puse en alto el nombre de la comarca cuando vivió su peor etapa: cuando el caso Nécora y aquellas cosas con las que nos martilleaban los narcotraficantes. Por el otro lado de la papeleta estaban los Niños Pintores de Arousa sonando en la prensa. Mi labor fue muy grande. Fiestas como las que yo les organizaba aquí a los niños no las ha hecho nadie. Una vez les traje a un grupo de bailarines folclóricos rusos para hacer un homenaje a los niños pintores.
P.- A estas alturas de su trayectoria profesional, ¿cómo se definiría como artista?
R.- Yo soy un espontáneo. Pinto de acuerdo al estado anímico en el que me encuentre. He tenido épocas azules, rojas… A veces se me da por pintar paisajes; otras, payasos. Porque yo viví en un circo y vi que el payaso era el tipo más marginado que había. Pero además, yo soy como soy. Y así he andado por la vida y por el mundo, con una sola personalidad, no con dos. Soy legal, soy sincero. Y ahora más.
P.- Pese a que ha pintado cientos de cuadros, ¿recuerda alguno con especial cariño?
R.- No sé. Tal vez lo que te diría es el cuadro por el que más billetes me dieron [ríe]. Tuve cuadros que vendí bastante bien. Yo, cuando vine para Galicia, vine millonario.
P.- ¿Cree que se valoran de diferente manera las obras de artistas inmigrados?
R.- El arte es universal. El origen de la persona no tiene nada que ver con lo que está plasmado en una tela. Si el cuadro transmite, transmite; y puedes ser chino, árabe… No creo en esa discriminación. La nacionalidad de uno es el mundo.
R.- Yo no espero nada, sólo el Reino de Dios. Os he hablado de decepciones. Dios me ayuda a superar eso. Dios, al que la gente ignora. Mi futuro es estar con él, seguir leyendo mi Biblia… Pero mi mayor ilusión es meterme en el mar Caribe, que en 20 años he intentado bañarme aquí y no soy capaz de meterme en ese agua. ¡Esto es para los pingüinos! Ni los gallegos están acostumbrados; y el gallego que se mete, se baña como los patos [risas].
Entrevista por Deborah Castro
Fotos de Marthazul
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